ENTREVISTAS

«Los más jóvenes han tomado la bandera de la orfandad política»

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Gregorio González
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24
marzo
2020

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Gregorio González

Su carrera profesional le ha permitido ahondar en su gran pasión: el análisis de las tendencias sociales. Belén Barreiro (Madrid, 1968) se considera una ferviente defensora de la capacidad de predicción de las encuestas, del poder de los datos y del rol crucial que juegan a la hora de pronosticar los caminos que tomará la sociedad. Profesora de universidad, asesora en el Departamento de Análisis del Gabinete de La Moncloa durante el primer Gobierno de Rodríguez Zapatero y presidenta del CIS entre 2008 y 2010, hace ocho años fundó su propia firma demoscópica: 40dB. Allí, en su sede, la entrevistamos.


Tu oficio es el de escuchar las opiniones de la gente a través de encuestas, por ejemplo, electorales, pero ¿cuál es su fin último?

A pesar de que las encuestas electorales son lo más visible de nuestro trabajo, son solo una parte muy pequeña de lo que hacemos. Su gran virtud es que, de todo lo que hacemos, es lo único que, en un día concreto del año, mide tu capacidad real de predicción. Es importante señalarlo porque, a veces, se dice que las encuestas son una fotografía, pero que esta puede cambiar. Quien dice eso se equivoca: yo sí creo en la capacidad de predicción de las encuestas y en toda la información que se puede obtener del análisis de esos datos.

«Está demostrado que más información no conduce de manera necesaria a mejores decisiones», decías en Twitter. ¿Qué nos lleva entonces a tomarlas, por ejemplo, a la hora de votar?

Creo enormemente en la capacidad, el peso y el poder de la intuición. Con ese tuit quería decir que los sociólogos analizamos cada vez más datos, ya sean digitales, etnográficos o cualitativos. En toda esta maraña de información, en lo que sigo creyendo, por encima de todo, es en la capacidad de intuir. El último golpe de intuición que tuve fue el pasado abril, justo antes de esa cita electoral, cuando le dije a mi equipo que el PP se iba a hundir por debajo del 18%. Y se cumplió. Esa intuición se presenta en forma de pequeños detalles que vas observando, que a veces son datos, pero otras son frases que escuchas a la gente en cualquier situación social. En ese momento, algo se enciende. Lo mismo me pasó cuando, en 2012, escribí el artículo Regreso del futuro diciendo que iba a haber un partido muy parecido a Podemos.

¿La revolución digital y las redes sociales son la nueva intuición?

Las redes sociales son una fuente de información adicional para nosotros como expertos. Analizándolas podemos entender conversaciones o reputaciones, pero en las redes no están todos. Una red como Twitter, por ejemplo, tiene un porcentaje de usuarios muy por debajo que Facebook, pero ni siquiera la red social con más usuarios es una representación real de la sociedad. Aún así, sirven para entender y escuchar a esas personas que, sabemos, tienen influencia en los demás, incluso en los que no están en redes. Todo lo que ocurre en el mundo online es un elemento relevante que debemos tener en cuenta a la hora de analizar y entender el clima social de un país.

¿Qué otras herramientas utilizáis para entender ese clima social?

Las fuentes de información son muy variadas y ahora, gracias a las nuevas tecnologías, aún más. Por ejemplo, a finales de año, en el estudio preelectoral para El País, utilizamos una nueva herramienta: durante los días que realizamos encuestas, con autorización de los entrevistados, traqueamos su comportamiento digital. Se les hizo un seguimiento 24 horas de su uso de internet, lo que nos permitió corroborar que, efectivamente, los jóvenes de entre 18 y 24 años se informan sobre todo a través de YouTube, donde –en aquel momento– pasaban al menos 50 minutos al día. Además, podemos saber lo que hacían: si estaban buscando vídeos sobre candidatos o mítines, si entraban en anuncios de campañas electorales o si, por el contrario, estaban viendo series, concursos o a youtubers. Ese rastreo permite hilar muy fino sobre cuáles son los factores que pueden influir en el voto, pero también en patrones de compra, por ejemplo. Al saber qué hace una persona cada minuto que está en internet, tienes una visión muy completa de qué es lo que le influye y condiciona.

«Los partidos populistas tienen una enorme capacidad de manipulación de los electorados»

Todo en la vida es política, incluso los vídeos de YouTube que ves o los tuits que escribes. Sin embargo, la abstención en nuestro país suele rondar el 30%. ¿La desafección crece o siempre ha sido así?

Ahora es mayor. En España –al igual que en otros países–, la desafección se dispara a raíz de la gran recesión de 2008, que produce muchos daños materiales y personales en los ciudadanos. Eso los lleva a reaccionar en contra de los más poderosos, incluidos los partidos políticos, los Gobiernos, las grandes instituciones, pero también las grandes corporaciones e, incluso, los grandes medios de comunicación: la ciudadanía les culpa de ser responsables de la crisis o de no estar haciendo lo suficiente. Como consecuencia, se producen años de una desafección máxima que desembocan en lo que llamé «orfandad política», es decir, ciudadanos que no saben a quién votar. Eso se traduce en una ruptura y una fragmentación de los sistemas de partidos, algo que no es exclusivo de la democracia española. Esa fragmentación es un efecto directo de la desafección: como no me gusta lo que hay, busco otras opciones que me puedan satisfacer. Pero, insisto, se trata de una desafección hacia los poderosos, hacia las élites, no solo hacia la política. La desafección política y la económica van siempre de la mano, ya que cuando el ciudadano está descontento con la economía, arrastra su descontento hacia la política, y al revés. Por tanto, cuando la política es un problema, se convierte en un problema para el Estado, porque tiene efectos en la propia economía y, sobre todo, en el clima o el ánimo con el que los ciudadanos afrontan sus opiniones sobre la marcha del país: que la política tenga buena salud no solo es positivo para poder votar a gusto, sino también para tener un clima de opinión que favorezca al consumidor y a las empresas.

Antes de noviembre escribías: «las próximas elecciones, nos guste o no, confirmarán que los ciudadanos no desean la vuelta al bipartidismo». ¿Ha dejado la ciudadanía de estar polarizada o lo está cada vez más?

La sociedad está más fragmentada en el sentido de que ha habido enormes cambios sociales, en parte producidos por la revolución tecnológica, pero también por la revolución libertaria o el uso que estamos haciendo de nuestras libertades los ciudadanos y, en particular, las nuevas generaciones, que son enormemente tolerantes y llevan estilos de vida diversificados. Esto hace que la sociedad sea mucho más plural. En los 70 y los 80, las encuestas de consumo y política se enfocaban en función de lo que pensaban las grandes clases medias. El objetivo de los estudios sobre opinión pública era entender dónde estaba la clase media, cómo consumía, cómo votaba… Ahora nos encontramos con una sociedad que en ningún sentido se puede entender atendiendo a las mayorías. Estamos sustituyendo los análisis sobre qué piensan las grandes capas de clase media por estudios de segmentos específicos de la población que pueden ser muy variados. Aún así, sigue habiendo absolutos que nos unen a todos: España es un país, en general, bastante solidario y con ideas claras sobre la cohesión social, pero eso no quita que sea imprescindible tener también una visión de cuáles son las prioridades, en su día a día, de grupos sociales que están en situaciones muy distintas. A lo mejor para una familia con mascota es imprescindible un programa en torno a la protección de los animales, y a una mujer que encabeza una familia monoparental lo que resulta básico es que le garanticen una renta mínima. Es importante entender cuáles son las sensibilidades que hay dentro de cada segmento y cuáles son sus prioridades, sin despreciar que luego hay grandes asuntos que nos unen o sobre los que tenemos ideas bastante claras. También es importante entender que se ha reducido muchísimo la clase trabajadora tradicional a lo largo de los años y que, ahora, hay otras formas de trabajo. Cada vez más, debemos entender que la sociedad está fragmentada, pero no en un sentido negativo, sino que hay estilos de vida muy variados.

Dices que ya no existe la clase trabajadora de antes. ¿La ha sustituido la precariedad laboral?

No es lo mismo ser un trabajador de cuello azul que un joven muy formado con unas condiciones de precariedad y un mal salario, ni en la defensa de lo que buscas, ni en la forma de pensar. La precariedad es un problema. Las condiciones laborales de los jóvenes, también. Estas coinciden con una situación endemoniada de la vivienda: además de tener trabajos inestables y salarios que no siempre son suficientemente satisfactorios, tienen gran dificultad para acceder a la vivienda, sobre todo en las grandes ciudades, ya sea alquiler o compra. Estos factores hacen que nos encontremos con la primera generación en España, y en otros países, que declara muy mayoritariamente –en torno al 70%– que vivirá peor que sus padres. Esto no ocurría antes. Teniendo en cuenta que, generalmente, es una generación más formada que sus padres, es una frustración de expectativas importante. Curiosamente, en los estudios que hemos hecho de jóvenes vemos cómo el ser humano, para no sufrir, acaba adaptando sus sueños a sus realidades. Por eso los jóvenes son mucho más posmaterialistas que materialistas, es decir, le dan importancia a valores como la tolerancia, la solidaridad, el ayudarse los unos a los otros o el cuidar el planeta, mientras que los aspectos materiales en su discurso ocupan un espacio menor.

En el informe Jóvenes, internet y democracia aseguras que los jóvenes españoles de entre 18 y 34 años creen que ningún partido les representa y que la democracia podría funcionar sin formaciones políticas. ¿Cómo hemos llegado a esta situación de orfandad política de la que hablas?

Quizás siempre ha existido y los más jóvenes, de 18 a 24 años, que no estaban en el 15M, han tomado la bandera de la orfandad política. Lo que es bastante tranquilizador es que sí creen en la democracia, aunque critican su funcionamiento: creen en la política, pero no en cómo funciona. Lo que más me llama la atención de ese estudio es que los jóvenes se interesan mucho y se movilizan por los grandes asuntos de nuestro tiempo –la crisis climática, la privacidad en internet y cómo regularla, la igualdad de género, las desigualdades sociales o la pobreza–: solo el 28% declara no haber participado en ninguna movilización. ¿Cómo es posible que, declarando que participan, que se informan al menos una vez a la semana y que son muy sensibles a estos grandes asuntos, tengan una percepción tan negativa de la política? El contenido de la palabra «política» para los jóvenes está lleno de cosas negativas, y lo vacía de todo lo que tenga que ver con los grandes asuntos públicos. Es decir, al hablar de política hablan de palabras como corrupción, bronca, crispación, y el cambio climático, por ejemplo, lo definen como «asuntos públicos». Podemos decir que los jóvenes se interesan por la política, pero no por la forma que ha tomado, y los partidos tienen mucha responsabilidad en esto, por la insuficiencia con la que hablan de algunos de los asuntos de Estado. Solo hay que ver en la última campaña electoral cuánto espacio se ocupó para hablar de Cataluña y cuánto para hablar de la robotización y las consecuencias que va a tener en el empleo en España, o cuáles son las medidas urgentes que se han de tomar para revertir la crisis climática. Además, los medios de comunicación también tienen su parte de responsabilidad: las tertulias y el tipo de debates que se organizan pocas veces tienen que ver con nuestros grandes asuntos, y se dedican demasiadas horas a reunir a analistas y expertos para hablar de las banalidades de la política cotidiana. Hace ya bastante tiempo que en España puedes desconectarte de las noticias y volver a conectarte sin que haya pasado absolutamente nada. Seguimos dando vueltas en círculo sobre nosotros mismos. La política debería ser –o, como ciudadana, aspiras a que sea– una herramienta de transformación social que nos permita mejorar el mundo. Si los jóvenes creen que la política no tiene nada que ver con eso, pasa lo que pasa: que piensan que puede haber otras vías para cambiar el mundo.

¿Cómo podemos superar el conflicto catalán y las tensiones sociales que genera?

Como se cierran todas las heridas: haciendo un ejercicio de empatía. Yo trato de entender lo que piensas tú y de ponerme en tu lugar, y viceversa. Es un gesto que lo único que requiere es proponérselo y tratar de entender al otro. A través de ese proceso, el resultado vendría a ser un acercamiento de posiciones: en esto yo te voy a entender a ti y en esto tú me vas a entender a mí. Hay que tratar de no perder los afectos, que son muy importantes en política: si yo te exijo que tú estés aquí, pero no te doy cariños, no tienes ganas de quedarte, y la crisis catalana tiene mucho que ver con una crisis de afectos. Esa es la parte con la que hay que empezar a trabajar: la empatía y los afectos. Cuando llevemos un tiempo de ello, es muy posible que la política, la negociación y el diálogo lleven a buscar soluciones, pero sin demonizar a nadie. Si se demoniza no hay empatía.

«Las identidades vulnerables es lo que ha propiciado el voto a la extrema derecha»

«Ni el centro ha desaparecido, ni España se ha hecho de golpe de extrema derecha», escribías después de las elecciones de noviembre. ¿Qué ha pasado entonces?

Hemos vivido unas elecciones en las que los partidos no han competido en el eje izquierda-derecha, el asunto de Cataluña lo ha ocupado todo al coincidir con la sentencia del procés, y ha pesado más el eje territorial que otros. Nos encontramos con un partido, Vox, que ha crecido mucho y que se nutre de personas de centro y de aquellas que no tienen ideología, pero también de personas de derecha moderada y de muy pocas de derecha más extrema. Nos podemos preguntar por qué, entonces, un partido con un electorado así es de extrema derecha: por el tipo de discurso que tiene, sus posicionamientos y sus aliados. Sin embargo, los electores de Vox no son de extrema derecha, sino que son muy parecidos a los del Partido Popular, aunque se distinguen en el tema territorial. El 40% de los electores de Vox querría volver a un estado centralista, han sentido que su identidad ha quedado vulnerada y hay un choque de identidades. Lo que llamé las identidades vulnerables es lo que ha propiciado el voto a la extrema derecha: si yo siento mi identidad amenazada –ya sea por los inmigrantes o por la cuestión catalana–, salgo en defensa de ella y voto pensando en eso únicamente y no en otros factores. Obviamente, hay que tener cuidado porque sabemos que los partidos populistas tienen una capacidad de manipulación de los electorados muy grande, especialmente a través de las redes sociales. La presencia de un partido de extrema derecha en la democracia española es muy grave: el problema no es que los electores hayan cambiado su manera de pensar, sino que puedan llegar a hacerlo en el futuro. Las sociedades son como son, pero también se dejan influir por sus entornos. Los que no pensamos así –que, en este país, por fortuna, somos la inmensa mayoría– debemos sentir la obligación de decir en público y en privado: esto no. Quiero seguir defendiendo que somos un país tolerante y solidario, como siempre hemos sido, así que no debemos frivolizar la presencia de Vox.

¿Qué nos depara el panorama político español en 2020?

El cambio climático despunta como una de las grandes preocupaciones. Y está ocurriendo algo curioso: los jóvenes y los mayores piensan cada vez más de forma convergente. Es decir, los jóvenes han contagiado a los mayores para que se preocupen por la cuestión climática, y eso es muy positivo. También estamos viendo miedos crecientes hacia la globalización: más de un tercio de los ciudadanos temen lo que les pueda deparar, como un impacto negativo en el empleo y los salarios. También existe una inquietud con la robotización, algo que debería entrar en el debate público de una forma sosegada, es decir, que se hable con sinceridad sobre qué es lo que está previsto que ocurra: qué tipo de empleos no van a existir, cuáles se van a crear, cómo enfocamos nuestro futuro… La robotización va a traer muchas cosas buenas, pero está suponiendo un shock para las sociedades y está escalando en las preocupaciones de los ciudadanos. Además, la desaceleración económica diría que va a estar en el top de preocupaciones de 2020. Llevamos meses viendo que cada vez hay más gente que cree que va a haber una nueva crisis económica, y los que más lo creen son precisamente los más vulnerables. Eso puede producir un clima de miedo que, a su vez, contraiga el consumo.

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